Directivos
Eduardo Casanova González.
La alfabetización, y por ende toda la tarea de educar, sólo será auténticamente humanista en la medida en que procure la integración del individuo a su realidad nacional, en la medida en que le pierda miedo a la libertad, en la medida en que pueda crear en el educando un proceso de recreación, de búsqueda, de independencia y, a la vez, de solidaridad
Julio Barreiro
En la cotidianidad actual de los seres humanos existe una gran dependencia hacia los equipos tecnológicos, de comunicación e información, como teléfonos móviles, tabletas, PCs, entre otros artefactos, que facilitan y garantizan mediaciones para varios aspectos, como el uso de información, juegos, formas de interacción virtual, conectividad a personas, lugares, situaciones y/o experiencias remotas que, gracias a ellos, se vuelven presentes e instantáneas. Nunca en el pasado habíamos tenido tanto acceso a la información: nunca habíamos disfrutado de lo pasajero y superficial de esta manera, no habíamos experimentado tal provocación de los sentidos ni habíamos vivido nuevas experiencias sin el riesgo de hacernos daño físico o material, como creemos que nos garantiza el uso de estos dispositivos; y lo que se obtiene hoy a partir de este usufructo está en deuda todavía de ser comprendido y advertido. La misma premura y velocidad no nos ha permitido visibilizar, jerarquizar, analizar y emprender acciones de ascenso a los grandes retos de nuestra especie, como humanidad y como sociedad del conocimiento. No sabemos cuál es la tarea prioritaria, ni el primer desafío.
Pero uno de los aspectos que debería ser motivo de análisis, y debe tenerse en cuenta frente a todo este tema, es la disposición y docilidad que hemos asumido al hacer uso de estas invenciones, y la precaria condición en la cual nos mantenemos. Nuestra dependencia al uso de estos equipos es inversamente proporcional a la realización, satisfacción y gratificación intelectual, humana y motora, cada vez en mayor medida. Pero vamos por partes, pues en primera instancia quiero referirme a la acción pedagógica, reflexiva e intelectual.
Vemos que desde los más chicos hasta los adultos mayores muestran una gran capacidad de concentración frente a estos aparatos, independientemente de las aplicaciones, acciones o imágenes contenidas en los mismos. Y no sólo eso, sino que siempre que tienen la posibilidad existencial y vital de estar “solos” o crear la “soledad” pareciera que están disfrutando un ensimismamiento atrapador que se encuentra o está mediado por este adelanto tecnológico. Es oportuno y pertinente preguntarse… ¿qué lee? ¿qué escribe? ¿qué escucha? ¿qué ve? ¿qué conversa? ¿qué siente? ¿qué tiene? ¿qué lo entretiene?
Una corriente de los técnicos y expertos del lenguaje y la comunicación afirmará que
leer es concebir la comprensión como un proceso que inicia con la decodificación y que no solamente tiene que ver con el intercambio de significados culturales, sino con conocimientos del código escrito, lingüísticos, procesos cognitivos, información del mundo circundante y estrategias metacognitivas que el lector utilizará para formarse una imagen mental de lo que está leyendo (Aznárez, p. 4).
Es por ello que, de manera errada, algunos de nosotros deducimos que las personas no están leyendo, no están comprendiendo y no están analizado si no lo hacen de la manera en que el “sistema educativo” lo ha direccionado y definido. Hemos sido tan exigentes en esto, que caemos en una exclusión y determinamos realidades que son adversas a este propósito, acuñamos términos como alfabeta para definir a las personas capaces de leer mensajes sencillos, y alfabetizada como aquella persona que tiene la habilidad de leer el mundo, de continuar aprendiendo. No solo es el desarrollo de las habilidades de la lectura, observación, escritura y comprensión, sino que implica y requiere también la interpretación crítica de la realidad social, política y económica en la que vive la persona.
La realidad nos dice con elocuencia que las acciones pedagógicas no tienen el impacto esperado en cuanto a los esfuerzos docentes de organización y planeación curricular, las acciones diarias y cotidianas de generar y desarrollar ambientes y actividades de aprendizaje pertinentes y las actividades de valoración y evaluación de las competencias desarrolladas, adquiridas y fortalecidas. Nos genera un desánimo y frustración ver y comparar que no obtenemos la misma atención, disposición y entrega por parte de los estudiantes como sí la obtienen los dispositivos tecnológicos. No obstante, debemos ser más críticos, analíticos y propositivos…
¿Qué tiene que cambiar en el sistema educativo colombiano para que éste pueda hacerse cargo de lo que el país está viviendo y sufriendo, produciendo y creando, para que la escuela posibilite a niños y jóvenes comprender a su país y los ayude a cambiarlo? Frente a quienes ven en los medios de comunicación y las tecnologías de la información una de las causas del desastre moral y cultural, o, por el contrario, una panacea, de solución mágica a los problemas de la educación en Colombia, lo que se plantea es cómo transformar el modelo educativo para que éste pueda interactuar con el país. (Martín-Barbero, p. 33)
Siempre hemos observado a nuestros estudiantes, los hemos leído, analizado y criticado desde nuestra acción, lógica y paradigma, pero nunca hemos cuestionado nuestra acción, lógica, ni paradigma. Estamos convencidos de que no debemos hacerlo. Nos empeñamos en hacer apuestas sobre esfuerzos que tienen la batalla perdida. Y la razón no es otra que la transformación de las fuentes del saber, medios del saber, agentes del saber, mediaciones del saber y las relaciones en torno al saber, entre otros:
La escuela ha dejado de ser el único lugar de legitimación del saber, pues hay una multiplicidad de saberes que circulan por otros canales, difusos y descentralizados. Esta diversificación y difusión del saber, por fuera de la escuela, es uno de los retos más fuertes que el mundo de la comunicación le plantea al sistema educativo. Frente al maestro que sabe recitar muy bien su lección hoy se sienta un alumnado que por ósmosis con el medio-ambiente comunicativo se halla «empapado» de otros lenguajes, saberes y escrituras que circulan en la sociedad. Saberes-mosaico, como los ha llamado A. Moles, por estar hechos de trozos, de fragmentos, que sin embargo no impiden a los jóvenes tener con frecuencia un conocimiento más actualizado en física o en geografía que su propio maestro. Lo que está acarreando en la escuela no una apertura a esos nuevos saberes sino un fortalecimiento del autoritarismo, como reacción a la pérdida de autoridad que sufre el maestro. (Martín-Barbero, p. 37)
Estamos en deuda, en mora y en inoperancia acumulada, de emprender una acción digna de reconocer que las actividades pedagógicas diarias en la cuales estamos aferrados a la certeza de enseñar, valorar y promover, no reflejan eso, no definen eso y no conllevan a eso. Pero el paradigma convencional nos ha hecho olvidar que la lectura y escritura son construcciones culturales y sociales. Que estas acciones intelectuales y humanas para construcción de sentido deben leerse, entenderse y reivindicarse desde las comunidades y grupos sociales. Por eso es desgarrador y apabullante el siguiente testimonio:
Un joven psicólogo que está haciendo su tesis sobre esa situación en Ciudad Bolívar me contaba su triste descubrimiento: en los sectores populares el aprendizaje de la lectura en lugar de enriquecer, está empobreciendo el vocabulario de los niños, pues al tratar de hablar como se escribe, los niños pierden gran parte de la riqueza de su mundo oral, incluida su espontaneidad narrativa. Es decir, tenemos un sistema escolar que no solo no gana a los muchachos y a las muchachas adolescentes para una lectura y una escritura creativas, sino que además no se ha enterado de que hay una cultura oral que es un idioma propio, especialmente de los sectores populares, que no puede ser en modo alguno confundido con el analfabetismo (Martín-Barbero, p. 39)
Haciendo uso de los eufemismos, y para ratificar nuestra falta de valentía y miedo disfrazado de rigurosidad técnica y pseudoacademicismo, afirmamos y damos la categoría de analfabeta funcional, queriendo decir con esto que el estudiante está incapacitado para utilizar la lectura, la escritura y el cálculo de forma eficiente ante las situaciones de la vida diaria. La dificultad radica en ello: no aceptamos que la propuesta educativa y pedagógica debe ser vigente, significativa y pertinente a las condiciones y categorías actuales. En torno a los aspectos de lectura y escritura sí hemos sido novedosos para categorizar condiciones actuales que no se enmarcan en los retos y desafíos contemporáneos:
El iletrismo es el nuevo nombre de una realidad muy simple: la escolaridad básica universal no asegura la práctica cotidiana de la lectura, ni el gusto por leer, ni mucho menos el placer por la lectura. O sea: hay países que tienen analfabetos —porque no aseguran un mínimo de escolaridad básica a todos sus habitantes— y países que tienen iletrados porque a pesar de haber asegurado ese mínimo de escolaridad básica, no han producido lectores en sentido pleno. (Ferreiro, p. 102)
Los retos no son las categorías o definiciones para bautizar las falencias de la realidad presente con la verificación de un estereotipo pasado. Los retos y desafíos se encuentran en repensar lo que viene planeando, desarrollando, evaluando y ratificando el sistema educativo, la escuela, la educación. No es restando, quitando, prohibiendo, censurando, es sumando, recuperando, aprobando. En fin, es introducir e incorporar los objetos tecnológicos en favor de las actividades humanas de aprehensión, comprensión, transformación y construcción, pero de forma, aparente o accidental, simplista, reduccionista:
Al plantear como punto de partida no cómo usar los medios sino los cambios que necesita la escuela para interaccionar con el país, estoy haciendo frente a un malentendido que el sistema escolar no parece interesado en deshacer: la obstinada creencia de que los problemas que atraviesa la escuela pueden solucionarse sin transformar su modelo comunicativo/pedagógico, esto es con meras ayudas de tipo tecnológico. (Martín-Barbero, p. 35)
Un llamado imperativo a la educación, en las tareas fundamentales de la lectura y la escritura, es a ser más observadores, lectores de las circunstancias, de las conquistas de nuestros estudiantes y de las relaciones con su entorno. Es dar cuenta, de forma manifiesta, de la manera como se comunican, se relacionan, se autodeterminan, definen sus principios y apuestas vitales. Es permitir que ellos sean, expresen, expliciten sus saberes: solo así fortaleceremos comunidades comunicativas, comunidades lectoras y escritoras. No debemos seguir instrumentalizando nuestro quehacer pedagógico, ni tampoco a las personas a quienes dirigimos tan invaluable labor:
No podemos reducir el niño a un par de ojos que ven, un par de oídos que escuchan, un aparato fonatorio que emite sonidos y una mano que aprieta con torpeza un lápiz sobre una hoja de papel. Detrás (o más allá) de los ojos, los oídos, el aparato fonatorio y la mano hay un sujeto que piensa y trata de incorporar a sus propios saberes este maravilloso medio de representar y recrear la lengua que es la escritura, todas las escrituras. (Ferreiro, p. 110)
Es aquí donde develamos la intencionalidad genuina de leer y escribir, lo que verdaderamente significa la alfabetización, sus rasgos, y acciones inherentes a las lenguas y a las escrituras, a los sonidos y a las palabras, a las manifestaciones más íntimas del espíritu, y a las concreciones más puras del pensamiento. Pero no es otra cosa que la expresión del ser humano libre, autónomo, sincero y transparente, en términos de lo que es, lo que siente, lo que quiere, y no de lo que debe ser, debe sentir, debe querer, como si lo que fuera no sea legítimo y auténtico. He aquí que deberíamos dejarnos guiar por la siguiente reflexión, asumiéndola como una máxima vital y pedagógica:
Entre el “pasado imperfecto” y el “futuro simple” está el germen de un “presente continuo” que puede gestar un futuro complejo: o sea, nuevas maneras de dar sentido (democrático y pleno) a los verbos “leer” y “escribir”. Que así sea, aunque la conjugación no lo permita. (Ferreiro, p. 112)
Referencias
Aznárez, L. (2018). ¿Qué entendemos por lectura? Recuperado de https://www.anep.edu.uy/prolee/index.php/component/phocadownload/category/1-materiales-para-docentes.
Barreiro, J. (2022). Educación y concienciación. La educación como práctica de la libertad. Siglo XXI editores.
Ferreiro, E. (2007). Leer y escribir en un mundo cambiante. Versión. Estudios de Comunicación y Política, (11), 99-112.
Martín-Barbero, J. (2000). Retos culturales: de la comunicación a la educación. Nueva sociedad, 169(0), 33-43.
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